Cuba exporta médicos, Colombia mercenarios. “Es terrible escuchar eso, pero es la realidad”, dice a DW el exmilitar colombiano Alfonso Manzur Arrieta. El asesinato del presidente de Haití, Juvenel Moïse, el 7 de julio, presuntamente a manos de un grupo de exmilitares colombianos contratados como mercenarios por la firma estadounidense CTU Security, de propiedad del venezolano Antonio Intriago, saca a flote un vergonzante y gigantesco problema producido en Colombia. ¿Cómo y por qué Colombia produce mercenarios?¿Quiénes son los contratistas y quiénes los llamados mercenarios?

“Este es un fenómeno surgido de más de medio siglo de guerra en Colombia, y en la que las Fuerzas Públicas, en especial el Ejército y la Armada, se convirtieron en un poderoso factor de la guerra misma”, sostiene Alfonso Manzur Arrieta, politólogo y director de Veteranos por Colombia, una fundación que “aboga por la reconciliación entre exmilitares y exguerrilleros”.

La guerra es un negocio, aunque suene a frase de cajón. “Veteranos por Colombia aprueba empero, la política de ‘seguridad democrática’, porque sin ella hubiera sido imposible hacer replegar a las FARC que, en ese momento, eran muy fuertes”, recuerda Manzur, magister en Seguridad Pública y Asuntos Internacionales. Esta estrategia del expresidente Álvaro Uribe (2002-2010), presentada en 2003 por la actual vicepresidenta y canciller de Colombia, Marta Lucía Ramírez, proponía un papel más activo de la sociedad civil en la lucha del Estado y de sus órganos de seguridad frente a la amenaza de grupos insurgentes. A pesar del gran apoyo popular, su aplicación propició graves violaciones de los derechos humanos.

“En ese marco, la alianza de miembros de las Fuerzas Armadas con el paramilitarismo dañó la ética militar”, agrega el experto, que ve aquí la génesis de lo que más tarde se conocerían como “falsos positivos” o sea ejecuciones extrajudiciales. Según la JEP, la Justicia Especial para la Paz, entre 2002 y 2008, militares colombianos asesinaron a por lo menos 6.402 jóvenes inocentes para ser presentados como bajas en combate.

¿Cuál fue efecto del trabajo conjunto de algunos militares con grupos paramilitares? “Esa unión le hizo perder la legitimidad a las Fuerzas Militares de Colombia. Hoy, muchos de mis excompañeros están en la cárcel por ello”, lamenta.

Mercenarismo: un fenómeno “muy complicado”
La Fuerza Pública de Colombia sigue siendo la mayor de toda América Latina, superando a Brasil. El número de efectivos se ha reducido, aunque su presupuesto ha crecido. Entre 2015 y 2020, según el Ministerio de Defensa, Colombia pasó de tener y mantener a 451.124 soldados, cadetes y policías a contar con 402.308 hasta septiembre de 2020. En respuesta a un derecho de petición de Colombiacheck, el Ministerio de Defensa informó que en 2020 el presupuesto del Ejército, la Armada y Fuerza Aérea fue de 11.564.339 millones de pesos, y el de la Policía de 9.701.672 millones de pesos.

El Plan Colombia, lanzado en 1999 por Bill Clinton y Andrés Pastrana en Colombia, y creado, en un principio, para combatir la alianza de la guerrilla con el narcotráfico, terminó inflando las filas de las fuerzas armadas en Colombia. “Más tarde, el mismo narcotráfico generaría otro nuevo sector: el de la seguridad privada”, describe Alfonso Manzur.

Cuando un Ejército pierde su norte ético, puede dar origen al “mercenarismo”, es la conclusión del politólogo colombiano, que lo considera “un fenómeno muy complicado”.

Colombia cuenta así con el mayor ejército de América Latina, entrenado y probado en combate y que se pensiona joven: bastan 21 años de servicio para que un militar tenga el derecho a recibir una “asignación de retiro”. Pero mientras exoficiales reciben hasta 6 millones de pesos (alrededor de 1.560 dólares) de pensión tras dos décadas de trabajo, un ingeniero electrónico en Colombia gana apenas unos 2 millones y medio de pesos de salario, unos 650 dólares. Y los soldados rasos apenas reciben el salario mínimo como pensión, que hoy en Colombia no alcanza al millón de pesos, unos 260 dólares. Tan poco, que tienen que buscar trabajos alternativos para subsistir.

Un legionario colombiano: “Somos apreciados por nuestro profesionalismo”
Raphaël es colombiano y miembro de la “Légion étrangère”, la fuerza de choque del ejército francés, que se compone de exmilitares de casi todo el mundo. “Yo mismo renuncié al ejército, porque tras haber sido herido en combate con las FARC, la institución me desamparó”, dice a DW, en un día libre de operaciones desde la selva guayanesa. Raphaël es un nombre ficticio dado por la redacción de DW para proteger su identidad.

“El Ejército de Colombia me defraudó porque cuando yo puse la frente, me dio la espalda”, agrega. Raphaël escuchó del asesinato en Haití y lamenta las acciones de “mercenarios que se creen Rambos, ávidos de sangre y aventuras, como en las películas”. Él mismo se llama “legionario”, aplicó sin intermediarios en Francia, pasó las duras pruebas físicas, psicológicas y de conocimientos y fue admitido con un contrato oficial en la Legión Extranjera, una fuerza élite adjunta al ministerio de Defensa de París.

Raphaël cuenta que, en realidad, “los colombianos somos bien apreciados, justo por nuestra alta capacitación, experiencia en campo y seriedad”. Este colombiano es uno de los que velan por la seguridad de la Estación Espacial Europea en la Guayana Francesa, pero sus operaciones también lo llevan a patrullar la selva para la prevención del narcotráfico y la persecución de los explotadores ilegales de oro, en su mayoría brasileños.

En sus misiones, los mayores riesgos que corre son la posibilidad de sufrir la mordedura de un murciélago con rabia o el ahogamiento por contacto con peces gato. La mayor advertencia de sus superiores: mantenerse lejos del mundo de la prostitución, en Guayana francesa dominada por mujeres venezolanas y dominicanas.

Raphaël no ha perdido las esperanzas de regresar a Colombia y poner un negocio, pero sí perdió su admiración por las revistas de lujo del ejército colombiano que hablan de “héroes de la patria”.

(er)

Autor: José Ospina-Valencia

DW