Más de 5.400 niños fueron detenidos y separados de sus padres en la frontera entre Estados Unidos y México por la administración Trump desde 2017. Muchas familias permanecen separadas, y la violencia de esta política se ha visto agravada por la incapacidad del gobierno para hacer un seguimiento de las familias que desmembró cuando envió a los menores a refugios de todo el país y luego deportó a sus padres.

Aún falta encontrar a los progenitores de 628 niños. Recientemente, se reveló que la administración Trump retuvo información de contacto crítica de los padres, que podría haberse usado para localizarlos.

Incluso mientras el país se prepara para la transición a una nueva administración, que ha prometido poner fin a las prácticas de separación familiar y reunificar a los niños con sus padres, los detalles siguen siendo inciertos, en el mejor de los casos.

El presidente electo, Joe Biden, aún no se comprometió a permitir que las reuniones —una vez que se encuentre a los padres— ocurran dentro de EE.UU, o lo que es más crítico, a otorgar asilo en el país a las familias reunidas.

No hace falta ser un experto para reconocer que la separación forzada de familias en la frontera es una grave violación de los derechos humanos.

Las imágenes de niños gritando mientras los agentes de la patrulla fronteriza los separan de sus padres, así como las narraciones de sus experiencias, han perseguido a personas de todo el mundo desde que se conoció la noticia de esta práctica inhumana e indecible en 2018. Los niños cuyas familias no aún no fueron localizadas eran menores de cinco años al momento de la separación.

Como neurocientíficos del desarrollo clínico, sabemos que traumas como estos, sin importar cuándo ocurran en la vida, aumentan drásticamente los riesgos —a corto y largo plazo— de problemas de salud mental y física.

Pero el trauma severo tiene efectos especialmente dañinos en la primera infancia. Esto se debe a que esa instancia de la vida es una época de rápido desarrollo del cerebro, y las experiencias de los niños pequeños preparan el escenario para lo que el sistema de respuesta al estrés del cuerpo espera encontrar en el futuro.

Cuando el cuerpo entra en modo de lucha o huida en respuesta al estrés tóxico durante la infancia, se está preparando para una vida de más estrés.

Para agravar este efecto, la separación de los cuidadores es especialmente perjudicial en la primera infancia, ya que los niños dependen únicamente de quien los cuida para hacer frente al estrés.

A nivel neurobiológico, la mera presencia de un cuidador puede regular los sistemas de estrés de los pequeños al amortiguar la reactividad en la amígdala cerebral, una región de ese órgano que responde al estrés.

Años después de sufrir un trauma infantil, los adultos aún muestran alteraciones duraderas en las redes cerebrales que gobiernan la regulación del miedo y las emociones. Tales cambios biológicos pueden resultar en síntomas debilitantes del trastorno de estrés postraumático y la ansiedad.

También hay pruebas convincentes de un efecto dosis-respuesta: los efectos perjudiciales de la exposición al trauma son peores para los niños que experimentan traumatismos de mayor duración. El tratamiento psicológico a veces puede disminuir los impactos de estos eventos, pero el tiempo es esencial.

La nueva administración debe reunir de inmediato y proporcionar servicios de atención de salud mental a las familias afectadas. La intervención clínica de los pequeños expuestos a un trauma puede ayudarlos a restablecer un sentido de seguridad en las relaciones de apego primarias con los cuidadores, aprender sobre la respuesta de sus cuerpos al trauma y crear narrativas sobre sus experiencias mediante el habla y los juegos.

Cada día de separación de los cuidadores es importante en la vida de un niño pequeño, e incluso un retraso de unos meses, mientras la administración de Biden decide cómo proceder, es suficiente para intensificar los efectos adversos del trauma en el desarrollo emocional y neurobiológico.

Gran parte del trabajo notoriamente difícil de encontrar a los padres y reunir a las familias recayó en grupos de derechos de inmigrantes, sin fines de lucro. La reunificación total de todas las familias será un desafío enorme, que llevará mucho tiempo para la administración entrante. Esta tarea debe comenzar de inmediato.

La nueva administración también debe otorgar asilo a los padres y cuidadores de niños separados en este país para que las familias puedan reunirse lo más rápido posible. Deportar a menores a países de los que sus familias huyeron, y donde es probable que experimenten un trauma adicional, los coloca en un riesgo aún mayor, porque la exposición pasada a un trauma aumenta la probabilidad de desarrollar un trastorno de estrés postraumático.

Los síntomas del trastorno de estrés postraumático, como recuerdos e hipervigilancia de señales de peligro en el medio ambiente, pueden socavar gravemente la capacidad de un pequeño para crecer, aprender y prosperar en todos los ámbitos de la vida.

Las políticas de inmigración de la administración Trump fueron diseñadas para infligir el mayor sufrimiento posible a las familias migrantes. En el primer discurso de Biden como presidente electo, prometió “reunir las fuerzas de la decencia, las fuerzas de la justicia […] las fuerzas de la ciencia y las fuerzas de la esperanza en las grandes batallas de nuestro tiempo”.

Miles de niños esperan que la administración Biden-Harris cumpla con su promesa, y cada día es importante.

Emily Cohodes, Sahana Kribakaran y Dylan Gee son neurocientíficos del desarrollo clínico en la Universidad de Yale. Estudian los efectos del trauma durante la primera infancia en el desarrollo cerebral y la salud mental.

Este artículo fue publicado por primera vez en Los Angeles Times en Español.