No sería la primera vez que un gobierno latinoamericano negocia extraoficialmente con bandas criminales. Por ello, no debería extrañar que el Ejecutivo salvadoreño de Nayib Bukele hubiera supuestamente pactado con las conocidas pandillas Mara Salvatrucha (MS-13) y Barrio 18 para reducir las tasas de homicidios en el país.

Fue el fiscal a cargo del caso, Germán Arriaza, quien dijo el 28 de diciembre de 2021 a la agencia Reuters que el gobierno había cancelado sus investigaciones sobre los acuerdos con las bandas criminales.

Lo ocurrido en El Salvador tiene la fuerza de lo simbólico. Por un lado, muestra lo difícil que será para el presidente de Estados Unidos, Joe Biden, y su vicepresidenta, Kamala Harris, implementar su plan de lucha contra la corrupción en los países del Triángulo Norte -El Salvador, Guatemala y Honduras- con el fin de frenar la migración desde esos países. Por otro lado, refleja la lucha por la influencia en el hemisferio occidental que llevan adelante Estados Unidos y China.

Dos victorias aplastantes consecutivas
Es cierto que Bukele es un caso especial. Su carrera política comenzó en el izquierdista Frente Farabundo Martí para la Liberación Nacional (FMLN) y alcanzó la alcaldía de la capital, San Salvador, defendiendo esos ideales. Cuando en 2017 el partido lo excluyó debido a disputas internas, Bukele fundó su propio partido, Nuevas Ideas, con el que se presentó a las presidenciales de 2019. La disminución de la delincuencia durante su mandato como alcalde le dio un fuerte impulso.

El político -entonces de 38 años- entró en carrera como un forastero. Durante 30 años, el FMLN y el derechista partido ARENA se habíam alternado en el poder en el país. Pese a ello, Bukele ganó en primera vuelta con el 53,8 por ciento de los votos. En las parlamentarias de febrero de 2021 a su coalición gobernante le fue tan bien que ahora ocupa el 76 por ciento de los escaños en el Parlamento, que es unicameral.

“El dictador más cool del mundo”
Esto encaja a la perfección con su estilo de gobierno abiertamente autoritario. Él mismo se ha descrito como “el dictador más cool del mundo”. En términos económicos, ciertamente tiene planes innovadores. En septiembre pasado, El Salvador se convirtió en el primer país del mundo en aprobar al bitcóin como medio de pago oficial. Y ahora Bukele especula con la criptomoneda. Una mina estatal de bitcóin, un centro de datos del que se “extraen” los bitcoines generados digitalmente, debería consolidar las finanzas estatales a largo plazo. La electricidad necesaria para ello se generará sustentablemente a partir de energía geotérmica. También se construirá una “Bitcoin-City”.

En consecuencia, Bukele se presenta a sí mismo como un líder con visión de futuro. En su cuenta de Twitter dice que es el “CEO de El Salvador”. Sus apariciones públicas recuerdan a los conciertos de pop. Al exembajador de Estados Unidos en Guatemala, Stephen G. McFarland, Bukele le recuerda a Hugo Chávez, que antes de su muerte en 2013 convirtió a Venezuela en un país con un fuerte partido dominante. “El mensaje de Bukele es que los votantes deben confiar en él antes que en las instituciones”, explica.

En febrero, Bukele convocó a las Fuerzas Armadas al Parlamento para impulsar una nueva ley de seguridad. Tras ganar las elecciones parlamentarias, reemplazó a los jueces de la Corte Suprema que no eran de su agrado y nombró a un nuevo fiscal general.

En curso de choque con Washington
Las protestas contra Bukele no deben ocultar el hecho real de que la popularidad del presidente es gigantesca. Por ello, una colaboración muy fluida con Washington es para el mandatario algo superfluo. Al contrario: va por un curso de confrontación contra la potencia del norte.

En mayo, el fiscal general expulsó del país a la Comisión Internacional Contra la Impunidad en El Salvador (CICIES), dependiente de la OEA, a la que Bukele había dejado entrar meses antes. Cuando en diciembre Estados Unidos anunció sanciones contra dos altos funcionarios del gobierno por presunta cooperación con las pandillas callejeras y puso a la jefa de gabinete del mandatario en su lista de sanciones por presunta malversación de los fondos de ayuda para combatir la pandemia, Bukele respondió diciendo que Estados Unidos no quiere cooperación, sino sumisión. Tras una manifestación de activistas opositores, respondió que el gobierno de los demócratas estadounidenses apoyaba “movimientos comunistas” en El Salvador.

¿Un problema para Estados Unidos?
¿Por qué sería un problema para Estados Unidos que el presidente de un país de 6,5 millones de habitantes, apenas poco más que los que viven en el área metropolitana de Washington, sea tan confrontacional?

Por un lado, por la migración. Más de un tercio de los salvadoreños ya vive en Estados Unidos y todos los días salen más personas desde el país centroamericano rumbo al norte. Además, es probable que la confianza de Washington en la capacidad de Bukele de ofrecer a su país mejores perspectivas sea menos marcada que la que depositan en él sus electores.

Por otro lado está la competencia con China por influir en la región. Tras Costa Rica (2007) y Panamá (2017), fue El Salvador en 2018 el tercer país de la región en romper relaciones con Taiwán para establecerlas con Pekín.

Poco después de visitar a Donald Trump en Washington en 2019, Bukele viajó a la capital china y recibió de parte de Xi Jinping el compromiso de invertir más de 500 millones de dólares en el pequeño país centroamericano, una suma considerable para un estado con un PIB de alrededor de 25 mil millones de dólares. Entre otras cosas, ese dinero se usará para la construcción de un nuevo estadio de fútbol.

El gobierno de Biden también ofrece perspectivas de inversiones. Se espera que haya fondos por 4 mil millones de dólares para los estados del Triángulo Norte. Pero a diferencia de Washington, Pekín no vincula esos fondos al Estado de derecho. Y si bien Bukele no sería el primer mandatario en elegir ese camino, menos exigente, podría convertirse en un mal ejemplo -desde la perspectiva estadounidense- para otros líderes de la región.

(dz/ers)

Autor: Jan D. Walter