MEXICO.- La enfermera Felisa López no atiende a sus pacientes infectados de Covid-19 con tanto temor desde el pasado miércoles porque ya le aplicaron la vacuna. Fue después de una larga pelea en el Instituto Nacional de Perinatología (Inper) porque sus jefes habían preferido vacunarse ellos mismos antes que a quienes trabajan en primera línea contra el coronavirus.

“Se siente un gran alivio”, describió poco después de recibir la primera de dos dosis de la fórmula de Pfizer. “Estamos muy agradecidas con este diario”.

A mediados de febrero, Felisa López, Rebeca Díaz, Idalia Rodríguez y un grupo de enfermeras del Inper se acercaron a Grupo Impremedia, a través de esta reportera, para revelar los abusos de autoridad que las exponía a un riesgo mortal en cada minuto de su vida laboral.

Sus nombres fueron cambiados por temor a represalias de sus superiores porque revelaron que únicamente a 60 personas de las 500 enfermeras y otros trabajadores de la salud del instituto habían sido vacunados a pesar de las políticas del gobierno de dar prioridad a todos aquellos que estuvieran en contacto con la pandemia a través de los hospitales públicos.

Las inconformes se habían manifestado personalmente ante la directiva de enfermería del instituto, Alejandra Antonio, y por escrito ante la Secretaría de Salud. Tenían testimonios de vacunación a gente que jamás había visto a un enfermo de Covid en el Inper pero que había sido inmunizado por ser amigos de los jefes.

Los jefes también se vacunaron.
Todo ello se hizo público en este medio de comunicación y poco después el director del hospital llamó a las enfermeras perjudicadas para darles las fechas para ser vacunadas. El 31 de enero y el 1 y 2 de febrero. Y así fue.

“Negó que él o sus amigos del sector privado hubieran sido vacunados en nuestro lugar como se rumoraba y después nos dio su palabra de que nos aplicarían pronto la primera dosis”, cuenta Rebeca Díaz. “Pero tampoco dijo, y a nosotras se nos pasó preguntarle, si habría alguna sanción contra quienes sí se vacunaron sin que les correspondiera”.

Acordaron, en cambio, formar un comité para que vigilara el buen fin de esa promesa. Para empezar, habría una lista con el nombre de todas las enfermeras que están diariamente en contacto con enfermos Covid porque la vez pasada no la había o no era muy preciesa y el sistema para el registro se volvió un caos.

El caso es que ya no hubo necesidad de crear ese comité porque a las 10 de la noche del 30 de enero fueron citadas algunas para la vacunación del día siguiente a las ocho de la mañana. “Todo fue muy rápido y no podíamos creerlo, estábamos felices”, reconoce Felisa López aún desde el anonimato porque nota que su jefa está enfadada porque ellas hablaron de tema.

Otros problemas
Rebeca Díaz llegó puntual a la cita. El pinchazo no se lo dieron en el Campo Militar No.1 en la Ciudad de México como cuando vacunaron al primer grupo, sino ahí mismo en el Imper. Lo primero que pasó por su cabeza fue la duda de que si le aplicarían la fórmula de Pfizer o sólo sería un placebo para que ella y las otras enfermeras dejaran de molestar.

Es que aquí, en México, todo es posible.Como aquellas dosis de agua que les dio el ex gobernador de Veracruz, Javier Duarte, a los bebés para no comprar las vacunas y quedarse con la plata. Todo es posible, concluye Rebeca. Luego observó que había gente de la Guardia Nacional, como en el Campo Militar No. 1 y se dijo a sí misma “ya, Rebeca, no seas paranoica”. De todos modos pidió ver el frasco antes de descubrirse el hombro. Sí, decía Pfizer

No tuvo ninguna reacción ni le dolió nada más que el brazo. Algo normal, como cuando se pone cualquier otra vacuna. Supo que una de sus compañeras tuvo una parálisis en el cuerpo durane un par de horas, supuestamente por hipertensión, pero nadie más.

El problema que vino después fue de otro tipo. Las compañeras que habían sido vacunadas en la primera ronda y a quienes les falta una dosis como lo mandata la inoculación de Pfizer, comenzaron a quejarse de que, por culpa da las nuevas vacunadas, no habían recibido su segunda inyección.

De no ser por ello, el sabor de la victoria hubiera sido total, cuentan.

Porque no hay mejor pago para el personal de salud que llegar a casa sin riesgos, detalla Idalia Rodríguez, quien tampoco había sido convocada a aquella primera vacuna en el Imper y fue una abierta inconforme hasta que se vacunó el pasado lunes.

Idalia Rodríguez se había contagiado en Perinatología y llevó el virus a su familia sin saberlo por ser asintomática. Su esposo y las dos hijas presentaron sólo síntomas de gripa y tos. Ella, nada. Así hubiera permanecido por las calles de no ser porque se hizo la prueba que reveló el positivo adquirido en el hospital.

Tras la vacunación se siente en paz para llegar a la guardia del Inper y atender a bebés para ayudarles a comer, a respirar, a aspirarles los pulmones, a intubarlos. Pobres, piensa. Apenas tienen unos días en el mundo y ya pelean contra el covid y necesitan auxilio que ella les da con gusto y apenas ensombrecida por el reproche de las colegas a quienes les falta una dosis.

“A ellas yo les digo que si quieren las acompaño a protestar, pero no han querido porque esperan que en la segunda semana de febrero les cumplan y les pongan la segunda dosis aunque a destiempo”.

El subsecretario de Salud Hugo López Gatell y la secretaria de Gobernación Olga Sánchez Cordero afirman que la segunda dosis se puede poner hasta 40 días después y no sólo a los 21 como sugiere Pfizer.

Al 1 de febrero, se habían aplicado más de 675,000 dosis de la vacuna de Pfizer en México, un país con más de 126 millones de habitantes que acumula más de 159,000 muertos y supera la cifra de 1.8 millones de contagios con picos mortales y de infecciones en las grandes urbes aunque sin comunidades ilesas.

La baja inmunización se debe principalmente a la suspensión por dos meses de los envíos de Pfizer, en respuesta al llamado de la Organización de las Naciones Unidas a los países con más recursos a permitir que también las naciones pobres reciban dosis.

El 25 de enero, en el primer día de su aislamiento, tras haber dado positivo a Covid-19, el presidente Andrés Manuel López Obrador conversó telefónicamente con su homólogo ruso Vladimir Putin y acordaron el envío de 24 millones de dosis de la vacuna Sputnik V, que aunque ya se aplica en países como Rusia y Argentina, aún no se conocía (al cierre de este envío) el resultado de la fase 3 de ensayos clínicos, que arrojó un 91.6 % de efectividad.

Como sea, la vacuna no ha llegado a México y la escasez provoca todo tipo de arrebatos, intrigas y pleitos a los que el personal de salud no está excentos justamente por ser ellos quienes deben de recibirla primero. Pero, después de los que están en primera línea, ¿quiénes siguen?

Óscar Zavala, presidente de la Unión Nacional Interdisciplinaria de Farmacias, Clínicas y Consultorios (Unifacc) de México, señaló que a pesar de que el 43% de las consultas médicas de primer contacto se dan en consultorios y clínicas particulares, el personal de salud que labora en hospitales privados vive en la incertidumbre sobre cuándo dispondrán de la vacuna.

“Los médicos de hospitales y consultorios privados sencillamente no estamos en el mapa”, lamentó el directivo.

En otros casos, se ha dado prioridad a los profesores por encima de los médicos como ocurrió en Campeche, donde se argumenta que el estado “no tiene muchos contagios”. Por otro lado, los médicos especialistas y los farmacéuticos denuncian que se encuentran en un limbo absoluto a pesar de que todos los días se enfrentan a casos de covid-19.

La pelea por la vacuna es dura y no hay vacuna.