Seguro que eres muy consciente: en pleno verano, los precios de los carburantes marcan máximos desde hace 7 años. De hecho, desde enero no paran de subir. La razón, según los propietarios de estaciones de servicio, está en el alza del petróleo, pues el barril de Brent ha llegado a cotizar a 75 dólares. Casi el doble que en noviembre, y cuatro veces lo que en abril de 2020. Pero eso nos devuelve a una pregunta que llevamos años formulando: ¿por qué si el petróleo se dispara la gasolina también… pero no sucede lo mismo cuando baja?

Para nadie es un misterio que eso efectivamente ocurre. Es más, la situación es tan conocida que hasta tiene un nombre: efecto pluma y cohete. Está claro, ¿no? Cuando cae, lo hace como la primera, pero cuando sube, va como el segundo. Sin ir más lejos, el año pasado, durante el primer confinamiento, el crudo se desplomó un 60%. Mientras, en los combustibles solo se apreció un descenso del 17%, según datos del Boletín Petrolero de la Unión Europea.

La explicación no está exactamente clara. Las gasolineras, por una parte, no dejan de insistir en que los precios altos las perjudican, porque venden menos. Por ejemplo, la Confederación Española de Empresarios de Estaciones de Servicio (Ceees) destaca que sus previsiones incluían comercializar entre mayo y junio una cantidad similar de gasolina y diésel que en los mismos meses de 2019, pero finalmente ha sido un 25% menos.

Para ellas, la clave está en dos efectos ajenos a su voluntad: el cambiario y el fiscal. El primero, porque el barril de crudo se paga siempre en dólares, mientras que el combustible se abona en España en euros. Así que el cambio de una divisa a otra puede encarecerlo o abaratarlo.

¿Qué pasa si pones gasolina en un coche diésel?

En cuanto al segundo, los impuestos representan el 52% de lo que pagamos por cada litro de gasolina y el 47% del coste del gasóleo (unas cifras que, aun así, están entre las más bajas de la UE). De media, otro 36% son los costes de la materia prima, por lo que las estaciones de servicio aseguran que ellas solo son responsables del 12-17% restante. Algo que, apuntan, les deja poca libertad de movimientos.

Márgenes altos, poca competencia
Sin embargo, la Comisión Nacional de los Mercados y la Competencia tiene una visión radicalmente distinta. En sus publicaciones, destaca siempre que, mientras que los tributos en nuestro país son de los más bajos de la zona euro, el precio de la gasolina antes de impuestos es de los más altos. De hecho, solo nos supera Dinamarca. Y en el diésel somos octavos. En el último informe, del pasado mes de junio, precisaba que el margen bruto de los distribuidores en la gasolina 95 fue 1,5 céntimos/litro mayor que en Alemania.

Para la autoridad regulatoria, esto tiene que ver con la escasa competencia. El 65% de las gasolineras españolas está en manos de las grandes petroleras. Aunque el porcentaje ha bajado considerablemente en los últimos años, en los que cada vez se abren más estaciones independientes. Llegó a ser el 93% en 2008. Sin embargo, al contrario que en Francia, por ejemplo, todavía hay muy pocas gasolineras que compitan poniendo más baratos los carburantes.

Además, la CNMC ha multado varias veces a estos grandes operadores por pactar precios. La más recordada fue la de 2015, cuando Repsol, Cepsa, Disa, Galp y Meroil recibieron una sanción de 32,4 millones de euros en total. Pero ya en 2009 y 2013 pasó lo mismo con Repsol, Cepsa y BP. Y de nuevo en 2019, Repsol tuvo que afrontar una multa de 5 millones. Sea cual sea el motivo, parece que, por ahora, seguirá ocurriendo que, si el petróleo se dispara, la gasolina también. Pero no lo contrario.

Agencias