Mientras los países de todo el mundo decretan nuevos cierres y confinamientos para contener el rebrote del coronavirus, una realidad alternativa se esconde discretamente en la región atlántica de Canadá. En ese rincón del mundo, las familias pudieron celebrar las fiestas de fin de año juntas. Las escuelas están abiertas, las camas de los hospitales están en gran parte desocupadas de pacientes con COVID-19, los grupos de amigos pueden reunirse en restaurantes o bares, y las tiendas están abiertas al público. En resumen, la vida sigue relativamente tranquila.

En la costa este canadiense, las provincias atlánticas (Nueva Escocia, Nueva Brunswick, Terranova y Labrador, y la Isla del Príncipe Eduardo) han pasado el primer año de la pandemia perfeccionando, silenciosamente, un plan envidiable sobre cómo vivir con el coronavirus. En la región -que tiene una superficie terrestre dos veces mayor que la del Reino Unido y una población de 2,3 millones de habitantes- el número de casos activos se ha mantenido en su mayoría en uno o dos dígitos, y se han reportado menos de 100 muertes desde el inicio de la pandemia. Y a sus economías no les ha ido tan mal como al resto del país. Por eso, la denominada “burbuja del Atlántico” ha sido aclamada como un “milagro” por algunos, y promocionada como “la Nueva Zelanda de América del Norte” por otros.

¿Receta para el éxito?
El éxito de la “burbuja del Atlántico” se debe tanto a las circunstancias como a la geografía. La baja densidad de su población (representan aproximadamente el 7% del total de canadienses) y la casualidad geográfica (un área con muchas islas y penínsulas, con solo dos vías de entrada desde el resto del país) influyen en que haya menos oportunidades para la transmisión del virus.

Cuando empezó la pandemia, las autoridades de salud pública de la costa este se dieron cuenta rápidamente de que sus sistemas de salud no podrían hacer frente a los casos que aumentaban, por lo que impusieron rápidamente una serie de restricciones estrictas, entre ellas el cierre de parques y escuelas, cierres de fronteras provinciales a cualquier viaje no esencial, y estableciendo un período de cuarentena de dos semanas para quienes ingresran a la región.

La doctora Susan Kirkland, jefa del departamento de epidemiología de la Universidad Dalhousie, de Halifax, y miembro del grupo de trabajo COVID-19 de la provincia de Nueva Escocia, dice que fue “una de las cosas más exitosas que hicimos. Las personas que no son de esta región atlántica consideran que las restricciones fueron muy estrictas, pero, francamente, son medidas que nos han funcionado muy bien”.

Y los datos lo reflejan: mientras muchos países del mundo registran un fuerte incremento después de la Navidad, a mediados de este mes de enero, tanto la costa este como el norte de Canadá todavía están mucho mejor que el resto del país. En esas provincias se están viendo casos activos que van desde 0 (Nunavut) a 29 (Nueva Escocia). La excepción es Nueva Brunswick, que está experimentando un brote con casi 300 casos. A modo de comparación, en la vecina Quebec hay unos 20.000 casos activos a la fecha.

Mantener la economía a flote
La región atlántica, al mismo tiempo, ha logrado mantener a flote su economía. Sin embargo, se perdieron 170.000 puestos de trabajo en el sector del turismo, y la industria turística de la región, valorada en 5.000 millones de dólares (unos 3.800 millones de dólares estadounidenses) se redujo significativamente.

John Paul, director ejecutivo de la Secretaría de Jefes de las Naciones Originarias del Congreso de Política Atlántica, explica que la pandemia tuvo un impacto directo en las comunidades de la región, y especialmente en su creciente industria pesquera: “El colapso de los mercados mundiales devastó los precios de lo que sacaban del mar los pescadores, desde la langosta hasta el cangrejo de nieve, debido al cierre de muchos restaurantes, casinos y otros negocios en EE. UU.”.

Pero las economías de las provincias pudieron recuperarse más rápido que el resto del país debido a la rápida reapertura de tiendas, restaurantes y bares. La industria del turismo “doméstico” de la “burbuja del Atlántico” también desempeñó un papel importante en la reactivación de la economía, ya que los turistas de una provincia atlántica pudieron viajar dentro de la burbuja durante sus vacaciones este año. “La burbuja aportó un enfoque regional para apoyar el turismo local, la artesanía y las empresas locales que normalmente dependen del tráfico internacional. Así incentivarion el lema: ‘Compre local, viaje local’ en el Atlántico de Canadá”, señala Paul. (cp).

Autor: Michaela Cavanagh