MEXICO.- Rebeca Díaz celebró con toda la alegría de su profesión la llegada de la vacuna anticovid-19 al Instituto Nacional de Perinatología porque ahí, donde ella trabaja como enfermera hace más de dos décadas, había pasado de todo en 2020: colegas, embarazadas y hasta a bebés infectados luchando palmo a palmo por salvar sus prematuros pulmones frente al coronavirus.

Y ella al pie del cañón.

Ahí se habían infectado cientos de personas del equipo del instituto que cuenta con una plantilla de unas 1,500 personas; de los cuales, no hay una cifra exacta de contagios porque la detección, el rastreo, el monitorero, las pruebas y el control de infecciones son un “despelote”.

La información sólo fluye en los pasillos, a manera de chismes, entre cuchicheos o por confesiones íntimas. Así se enteró Rebeca Díaz que varias de sus compañeras que habían sido infectadas y enviadas a sus casas —sólo por 15 días, no más — que habían recaído o se reinfectaron hasta tres veces.

Por eso tuvo una de las mayores frustraciones de su vida profesional poco después del arribo de la vacuna, por ahí entre el 10 y el 11 de enero pasado cuando sólo 60 de las 500 enfermeras de todo el Imper fueron llamadas para abordar el autobús que las llevaría al Campo Militar No. 1 para aplicarse la primera dosis de la vacuna

¡Y a ella no la incluyeron! Ni a Felisa López, una de sus amigas que también se cambió su nombre para este artículo por temor a un despido u otras represalias. Ni a María, ni a Patricia, ni a Cecilia ni a 460 más.

Quienes sí estuvieron, según testimonios de algunos presentes, fueron los jefes. El director del instituto, por supuesto; los coordinadores, supervisores y jefas de área como Alejandra Antonio, la subdirectora de enfermería, quien nunca ha estado cara a cara con un paciente covid según dicen las subordinadas que sí batallan.

A Rebeca Díaz, por ejemplo, se le rompieron los guantes mientras manipulaba a un paciente intubado. Siguió trabajando porque antes de eso previó que podrían rasgarse debido a la mala calidad y se puso doble latex, pero mientras seguía tratando al paciente pensaba en que, si los otros guantes también se rompían, quedaría frente a un dilema: Seguir o no seguir ayudando al enfermo.

“Por supuesto que seguiría y por eso me duele que a estas alturas no me hayan vacunado ni a la mayoría de quienes estamos en primera línea”, advierte.

“Entendemos que somos personal de tropa pero los jefes no tienen el mismo riesgo que nosotros”, observa Felisa López como otro de los rostros visibles de la inconformidades que se multiplican en todo el país con la misma queja. “A los dirigentes de la salud en México les interesa salvar primero su pellejo”.

Mal de muchos
Situaciones similares se han denunciado en diversos hospitales del país. En la Unidad Médica de Alta Especialidad del Hospital de Ginecología y Obstetricia número 4 de la Ciudad de México, el personal médico dice que el influyentismo ocurrió con el mismo modus operandi que en Perinatología y más o menos por las mismas fechas.

Mencionaron que la vacunación para el personal de ese hospital empezó el pasado 12 y 13 de enero, que fueron alrededor de seis camiones los que trasladaron al personal del hospital al Campo Militar No.1 de la Secretaría de la Defensa Nacional y que en esos vehículos iban principalmente los directores.

Más al norte de México, en Torreón, Coahuila, trabajadores del hospital Francisco Galindo el Instituto de Seguridad y Servicios Sociales (ISSSTE) denunciaron los nombres de los directivos que se privilegiaron a sí mismos y a los suyos antes que los médicos, enfermeras, camilleros y personal de limpieza que están expuestos a contraer el virus por atender directamente a los infectados.

Entre ellos señalaron a Héctor Carrillo, trabajador pensionado de prestaciones del ISSSTE del departamento de caja, papá de una de las supervisoras de enfermería de esa unidad médica y Ricardo Frías Díaz y su novia, el cual es hijo de la subdirectora, entre otras personas.

Cuando las enfermeras del Instituto Nacional de Perinatología se dieron cuenta de que no serían vacunadas en la primera ronda ni en mucho tiempo porque las vacunas están escasas o no llegan o se difuminan, decidieron tomar acciones por ellas y por sus familias.

“Mi esposo y mis hijos también están expuestos”, advierte Rebeca Díaz.

Diariamente ellos la ven llegar cansada de largos turnos en la guardia covid-19, atravesando como sombras por las salas, las recámaras, las cocinas con mucho sigilo para evitar contactos. Pasan al baño y se vuelven a duchar; la ropa a la lavadora y, algunas veces, escuchando un comentario pesumbroso y una duda amarga. “¿Vendrás con el coronavirus?

Inicialmente, las enfermeras de Imper se acercaron al sindicato, pero éste se lavó las manos: “Nosotros no controlamos las vacunas”, dijeron. Luego fueron con el director Jorge Arturo Cardona, quien el 13 de enero había firmado la circular DG/002/2021 en el cual afirmaba que “todo el personal de primera línea había recibido la primera dosis”.

Pero no las recibió. Las envió con Alejandra Antonio, la subdirectora de enfermería. “Tan valioso es su trabajo como el mío”, replicó ésta cuando le cuestionaron el por qué se vacuno primero. Pero tú no estás en contacto con los enfermos de Covid-19 y nosotros sí, reprocharon.

Alejandra Antonio no dijo más. Este diario intentó sin éxito tener la versión de o la del director. “Hable con la Secretaría de Salud”, dijo uno de los asistentes antes de olgar

El trasfondo
La Secretaría de Salud tiene un complicado mecanismo para que sus trabajadores interpongan quejas por situaciones de abusos de autoridad, compadrazgos o nepotismos. O cualquier queja. El usuario debe hacerlo a través de la página web, buscar “enlaces externos”, el link de atención ciudadana y luego otro que dice “órganos de control”.

Pero nadie sabe que ese es el camino, dicen las enfermeras perdidas en el laberinto burocrático para quejarse de sus jefes. Los pocos que lo han encontrado, aún no tienen respuesta.

En el Imper optaron por hacerlo público de otra manera después de hablar con Alejandra Antonio. Colocaron pancartas en sitios visibles con un mensaje: “Trabajamos bajo protesta al no ser considerados personal de primera línea”. Mientras tanto esperan una respuesta positiva. O sea una fecha para ser vacunados.

Oficialmente se dice que esto ocurrirá principios de febrero; extraoficialmente se dice que sí lo harán pero sólo para la segunda dosis. Esto es: otra vez para los jefes. Por los antecedentes en el manejo de la pandemia, tanto Rebeca Díaz como Felisa López creen que la versión extraoficial es más certera y temen por su suerte.

El año pasado, después de estar en contacto con enfermos covid, pidieron que les hicieran una prueba de contagio en el hospital y se las negaron “hasta que no tuvieran síntomas”. Pero cuando se la hicieron por su cuenta, unas 10 de ellas resultaron positivas aunque asintomáticas. “Es muy irresponsable lo que están haciendo con el trato que nos dan. Podemos ser un foco de contagio”, advierte Rebeca Díaz.

En voz de diversos funcionarios, el gobierno mexicano ha pedido paciencia. El fin de semana pasado, el director general de Epidemiología dijo que hasta esa fecha el acumulado de dosis inyectadas en la República Mexicana se ubicó en 618, 768. Pero comenzaban a tener problemas con el abasto para la segunda dosis.

Se espera que el 15 de febrero llegue un lote con miles de dosis de Pfizer para completar la entrega de poco más de 5 millones de vacunas en el primer trimestre del año, según el canciller Marcelo Ebrard. El presidente Andrés Manuel López Obrador, por su parte, anunció una compra millonaria a la vacuna rusa Sputnik V y otra para CanSino, aunque ambas fórmulas siguen en la fase 3 para la aprobación.

De cualquier modo, el personal de primera línea no se fía y pide atención: “De nada sirven las vacunas si sólo son para los amigos”.

La Opinión