Era una idea revolucionaria que prometía cambiar el concepto de oficina con la creación de espacios de trabajo compartido, un modelo conocido como coworking.

Al mando de WeWork, una firma que llegó a ser considerada la startup con mayor valor de mercado en Estados Unidos, estaba su cofundador, Adam Neumann, un joven empresario israelí conocido por dar rienda suelta a sus excentricidades, como caminar descalzo por las oficinas, tener una piscina y un sauna en su despacho y organizar fiestas “legendarias”.

Desde la fundación de WeWork en 2010, Neumann fue convenciendo a una serie de inversores de primera categoría, como el japonés Masayoshi Son, dueño del grupo japonés SoftBank, de que invirtieran en su empresa, y expandió el negocio a 120 ciudades en decenas de países.
WeWork conseguía grandes sumas de dinero para financiar su aventura comercial que iban elevando cada vez más el valor de una firma que se presentaba como start-up tecnológica, pero en realidad era un un negocio inmobiliario.

Así fue como en 2019 la empresa alcanzó una valoración de mercado estimada en US$47.000 millones.

En ese momento parecía imposible que su carismático líder terminaría renunciando y que unos años más tarde la empresa no podría hacerse cargo de sus deudas.

Este lunes WeWork se declaró en bancarrota en Estados Unidos.

La declaración de bancarrota le permitirá conseguir protección legal frente a sus acreedores mientras intenta reestructurar su gigantesca deuda.

Según la actual cotización de sus acciones, WeWork valía el lunes menos de US$50 millones, una ínfima cantidad comparada con la de sus tiempos de gloria.

La quiebra afectará al negocio en Estados Unidos y Canadá pero, según la empresa, sus operaciones continuarán en otras partes del mundo.

En un correo electrónico enviado a sus clientes de Londres, la empresa dijo que seguía “completamente comprometida” con la prestación de sus servicios, aunque las dudas persisten.

“El desafío para WeWork es que ahora hay una multitud de alternativas, por lo que la diferenciación inicial en la que confiaban ya no es una fortaleza”, le dijo a la BBC Paul Frampton-Calero, presidente global de la empresa de consultoría Control v Exposed.

¿Cómo pasó del éxito al fracaso?

La cultura corporativa de WeWork, que combinaba trabajo y placer, despertó las primeras dudas entre quienes ya veían con escepticismo el repentino ascenso de la empresa.

La glamurosa vida personal de Adam Neumann (su esposa Rebekah es la prima de la actriz Gwyneth Paltrow, mientras que su hermana Adi es una exmodelo que alguna vez fue una Miss Teen Israel), sus excesivos gastos y excentricidades, y un estilo de liderazgo corporativo centrado en su figura, tampoco contribuyeron a generar confianza.

Las dudas alimentaban rumores sobre la verdadera capacidad de gestión de Neumann, pero no fue hasta que la empresa hizo planes para salir a bolsa que la desconfianza sobre la salud financiera de la firma comenzó a multiplicarse.

Las cosas se complicaron cuando los potenciales inversionistas de Wall Street cuestionaron los vínculos entre las finanzas personales de Neumann y WeWork, así como su decisión de expandir la firma a áreas de su interés personal, como por ejemplo, el surf.

En 2019, cuando la empresa estaba a punto de salir a bolsa, quedó claro que sus pérdidas eran tan espectaculares como su valoración.

Apenas WeWork dio a conocer la información detallada de sus finanzas, el mercado descubrió que la firma estaba en problemas y que las promesas de Neumann no estaban avaladas por los datos.

Ni su “innovador” modelo de negocios, ni sus cuentas, ni sus prometedores planes respaldaban el valor de mercado que había conseguido.

En medio del torbellino, Neumann se vio obligado a dejar el cargo de director ejecutivo.

Softbank decidió rescatar a la empresa pero, pese a todos los esfuerzos, no logró enderezar el rumbo de la firma.

En 2020 la pandemia le asestó un golpe brutal, cuando el confinamiento y la expansión del teletrabajo cambiaron completamente el uso de las oficinas.

Terminada la pandemia, muchos no volvieron a trabajar a las oficinas o adoptaron esquemas de trabajo híbrido que terminaron por dañar aún más el negocio de WeWork mientras la empresa trataba de salir a flote.

El último tramo de la caída

La empresa reconoció en agosto de este años que tenía dudas sobre su viabilidad y cuando el 2 de octubre no cumplió con el pago de los intereses de varias emisiones de deuda, entró en conversaciones de emergencia para tratar de limpiar sus cuentas vendiendo activos y renegociando contratos de alquiler.

Finalmente se declaró en bancarrota este lunes, cerrando el capítulo de una saga de cuatro años que también puso en tela de juicio el modelo de negocios de las startups tecnológicas (o las empresas que se presentaban como tales) que convencieron a prestigiosos inversionistas, alcanzaron valoraciones gigantescas (incluso pese a tener pérdidas) y terminaron aterrizando en la dura realidad.

La empresa informó en un comunicado que está haciendo todas las gestiones necesarias para reducir su deuda y que tiene previsto, entre otras medidas, un canje de deuda por acciones.

Y dijo que disminuirá su cartera de alquiler de oficinas. “WeWork solicita la posibilidad de rescindir los contratos de arrendamiento de determinados locales, que en su mayoría no están operativos y todos los afectados han sido avisados con antelación”, señala el comunicado.

“Se espera que las operaciones globales continúen como de costumbre”, agregó.

El auge de WeWork terminó siendo tan meteórico como su estrepitosa caída y el carisma de Adam Neumann, que logró convencer a muchos de su colosal apuesta, dejó en evidencia que se necesita mucho más que palabras para levantar un imperio.

BBC